Diferencia entre revisiones de «Carta de los Mahatmas No. 11»
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Revisión del 04:28 30 ene 2018
Esta es la Carta No. 28 en la numeración de Barker. Vea a continuación el Contexto y Trasfondo.
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Página 1 - Traducción, imagen y notas
Mi querido señor: Si ningún otro bien se hubiera derivado de nuestra correspondencia más que el poner en evidencia, una vez más, cuan opuestos son, en esencia, nuestros dos ambientes antagónicos — el inglés y el hindú— nuestra correspondencia no se hubiera intercambiado en vano. Es más fácil que el aceite y el agua entremezclen sus componentes que no que un inglés, por inteligente, bien dispuesto y sincero que sea, llegue a asimilar ni siquiera el pensamiento exotérico hindú, y mucho menos su espíritu esotérico. Desde luego que esto provocará en usted una sonrisa. Usted dirá: "ya lo esperaba". Está bien. Pero de ser así, esto no demuestra más que la perspicacia de un hombre entregado a la reflexión y a la observación quien, intuitivamente, anticipó un acontecimiento que su propia actitud provocó. . . . Me perdonará si tengo que hablarle sincera y francamente de su larga carta. Por muy convincente que sea su lógica, por más nobles que sean algunas de sus ideas y por más ferviente que sea su inspiración, sin embargo, tengo ante mí ¡un auténtico reflejo de aquel espíritu de esta época contra el cual hemos luchado a lo largo de nuestras vidas! A lo sumo, su carta es el esfuerzo infructuoso de un intelecto perspicaz, adiestrado en las costumbres de un mundo exotérico para iluminarlo |
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y juzgar las formas de vida y de pensamiento en las cuales no está versado, porque pertenecen a un mundo totalmente distinto de aquel con el que trata. Usted no es hombre de vanidades mezquinas. Se le puede decir sin temor a equivocarse: "Mi querido amigo, aparte de todo esto, estudie su carta con imparcialidad, calibre algunas de sus frases y, en general, no se sentirá orgulloso de ella" Tanto si llega usted como si no, a apreciar por entero mis motivos o a interpretar incorrectamente las verdaderas causas que me obligan a renunciar, por ahora, a cualquier correspondencia ulterior, confío sin embargo que algún día reconocerá usted que esta última carta suya, bajo la apariencia de una noble humildad, de confesiones de "debilidades y fracasos, imperfecciones e insensateces" fue, evidentemente — y sin duda inconscientemente por su parte— un monumento de presunción, un clamoroso eco de ese espíritu arrogante y autoritario que se oculta en el fondo de cada corazón inglés. En su actual estado de ánimo, es muy probable que incluso después de leer esta contestación, difícilmente se percatará de que no sólo ha fracasado totalmente en comprender el espíritu con el que fue escrita mi última carta dirigida a usted, sino que incluso, en algunos casos, ha fracasado en captar su verdadero sentido. Usted estaba preocupado por una única idea que le absorbía por completo; y no pudiendo descubrir una contestación directa a ella en mi carta, antes de tomarse tiempo para reflexionar y ver su utilidad general |
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y no personal, usted se sentó y me acusó inmediatamente ¡de darle una piedra cuando pedía pan! No se necesita ser "abogado" en ésta o en cualquier existencia previa para exponer simples hechos. No hay necesidad alguna de "hacer que la mala causa aparezca como la mejor", cuando la verdad es tan simple y tan fácil de decir. Mi observación —"ustedes asumen la posición de que, de no ser uno experto en el conocimiento arcano, consumirá en su embrionaria Sociedad una energía . . . etc."— usted se la aplicó a usted mismo, cuando yo no quería decir eso. La referencia era a las esperanzas de todos aquellos que podrían desear entrar en la Sociedad bajo ciertas condiciones exigidas de antemano, y en las cuales insistieron mucho usted y el Sr. Sinnett. La carta, en su totalidad, fue escrita para ustedes dos, y esta frase en concreto se aplica a todos en general. Usted dice que yo, "hasta cierto punto, he comprendido mal su posición", y que "evidentemente, no le comprendo". Esto es tan claramente incorrecto que me bastará citar un solo párrafo de su carta para demostrarle que es usted el que "ha interpretado mal mi posición" por completo y el que, "evidentemente, no me ha comprendido". ¿Qué otra cosa hace usted sino actuar bajo una impresión errónea cuando, en su |
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afán por rechazar la idea de no haber soñado nunca en crear un "escuela", dice de la proyectada "Rama Anglo-India": "esa no es una Sociedad mía. . . . ? Yo entendí que era su deseo y el de los Jefes que se creara la Sociedad y que yo asumiera un cargo directivo en ella". A eso le contesté que, si bien había sido nuestro constante deseo que se crearan "Ramas" de la S.T. en el Continente Occidental entre las clases más cultas, en calidad de precursoras de una Fraternidad Universal, eso no era así en su caso. Nosotros (los Jefes y yo) rechazamos por completo la idea de que esa era nuestra esperanza (por más que pudiéramos haberlo deseado) con relación a la proyectada Sociedad A.I. La aspiración a la confraternización entre nuestras razas no encontró respuesta —más aún, fue desdeñada desde el primer momento, y de este modo fue desechada incluso antes de que yo recibiera la primera carta del Sr. Sinnett. Por su parte, y desde el principio, la idea consistió solamente en fomentar la formación de una especie de club o "escuela de magia". No fue, pues, una "proposición" nuestra, ni fuimos nosotros los "diseñadores del plan". ¿A qué, entonces, tanto esfuerzo para demostrarnos que estábamos equivocados? Fue Mad. B. —no nosotros— quien concibió la idea; y fue el Sr. Sinnett quien la asumió. A pesar del franco y honesto reconocimiento por parte de él, en el sentido de ser incapaz de captar la idea básica de |
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la Fraternidad Universal de la Sociedad Madre, su propósito consistía sólo en cultivar el estudio de las Ciencias ocultas, reconocimiento que debería haber evitado inmediatamente toda ulterior preocupación por parte de Mme. B., al haber logrado en principio —con mucha resistencia, debo confesarlo— el consentimiento de su propio Jefe inmediato, y además mi promesa de cooperación —en la medida en que yo pudiera. Finalmente, por mi mediación, ella lo consiguió de nuestro JEFE más superior, a quien sometí la primera carta con que usted me honró. Pero este consentimiento que, téngalo en cuenta, por favor, se obtuvo sólo bajo la condición expresa e inalterable de que la nueva Sociedad se fundaría como una Rama de la Fraternidad Universal; y que, de entre sus miembros, a unos cuantos elegidos —si aceptaban nuestras condiciones en lugar de dictarnos las suyas— se les permitiría EMPEZAR el estudio de las ciencias ocultas bajo la dirección por escrito de un "Hermano". Pero nunca soñamos con un "vivero de magia". Una organización como la proyectada por el Sr. Sinnett y por usted, es inconcebible entre europeos, y se ha convertido en casi imposible incluso en la India —a no ser que ustedes estén preparados para ascender a una cima de 18.000 a 20.000 pies94 entre los glaciares de los Himalayas. La más importante y también la más prometedora de esas escuelas en Europa, |
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el último intento hecho en ese sentido, fracasó estrepitosamente hace unos veinte años, en Londres. Era una escuela secreta para la enseñanza práctica de la magia, fundada bajo el nombre de un club por una docena de entusiastas, dirigida por el padre de Lord Lytton. Con este propósito él había reunido a los más ardientes y emprendedores estudiosos, así como también a los más adelantados en mesmerismo y en "magia ceremonial", tales como Eliphas Levi, Reggazzoni y el copto Zergvan-Bey. Y sin embargo, en la pestilente atmósfera de Londres, el "Club" tuvo un final intempestivo. Lo visité media docena de veces, y me di cuenta desde el primer momento de que allí no había nada que hacer. Y esta es también la razón de por qué la S.T. Británica no avanza prácticamente un paso. Sus miembros pertenecen a la Fraternidad Universal, pero de nombre, y tienden, en el mejor de los casos, hacia el Quietismo —esa absoluta parálisis del Alma. Son intensamente egoístas en sus aspiraciones y no conseguirán otra cosa que la recompensa a su egoísmo. Tampoco fuimos nosotros los que iniciamos la correspondencia sobre este tema. Fue el Sr. Sinnett quien, por decisión propia, envió dos largas cartas a un "Hermano", incluso antes de que Mad. B. hubiera obtenido el permiso o la promesa de alguno de nosotros para contestarle, o supiera a quién de nosotros debía entregar su carta. Al haberse negado categóricamente el propio Jefe de ella |
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a mantener correspondencia, fue a mí a quien ella se dirigió. Movido por la estimación que siento por ella, incluso accedí a que ella le proporcionara mi nombre místico tibetano completo, y contesté la carta de nuestro amigo. Luego llegó la de usted, tan inesperada como la otra. ¡Usted ni siquiera conocía mi nombre! Pero su primera carta era tan sincera, su espíritu tan prometedor y las posibilidades que ofrecía de hacer el bien en general parecían tan grandes, que si no grité Eureka después de haberla leído, y si no arrojé al momento mi linterna de Diógenes entre los matorrales, fue sólo porque conocía demasiado bien la naturaleza humana occidental y —discúlpeme usted. Sin embargo, incapaz de subestimar la importancia de esta carta, la llevé a nuestro venerable Jefe. Aunque todo lo que pude conseguir de El fue únicamente el permiso de una correspondencia temporal con usted y dejarle que se expresara libremente, antes de hacer una promesa concreta. Nosotros no somos dioses, e incluso nuestros Jefes —esperan. La naturaleza humana es insondable, y la suya lo es, tal vez, mucho más que la de cualquier otro hombre que yo conozca. Ciertamente, su última carta fue, si no todo un mundo de revelaciones, sí por lo menos un provechoso complemento para mi acopio de observaciones sobre el carácter occidental, especialmente el del anglosajón moderno y muy intelectual. Pero desde luego que sería una revelación para Mad. B. |
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—que no la vio (y por diferentes razones fue mejor que no la viera), porque hubiera podido hacer vacilar mucho su fe y su confianza en sus propios poderes de observación. Yo podría demostrarle a ella, entre otras cosas, que estaba tan equivocada respecto a la actitud del señor Sinnett en este asunto como respecto a la de usted; y que yo, que no había tenido nunca el privilegio de conocerle a usted personalmente como ella lo tuvo, le conocía mucho mejor que ella. Yo ya la había informado absolutamente por adelantado de su carta. Antes que prescindir de la Sociedad ella estaba decidida a conseguirla por encima de todo para empezar, y después a arriesgarse a lo que viniera. La había prevenido de que usted no era hombre para someterse a otras condiciones que no fueran las suyas propias; ni siquiera a dar un paso para la fundación de una organización —por noble e importante que fuese— a menos que recibiera primero de antemano pruebas tales como las que nosotros generalmente no damos más que a aquellos que, a través de un entrenamiento de años, han demostrado ser dignos de toda confianza. Ella se rebeló contra esta opinión y me aseguró que tan sólo con que yo le diera a usted una prueba irrefutable de los poderes ocultos, usted se daría por satisfecho, mientras que el señor Sinnett no lo estaría nunca. Y ahora que ustedes dos han tenido esas pruebas, ¿cuáles son los resultados? Mientras el señor Sinnett cree —y no se arrepentirá nunca de ello— usted permitió que su mente se llenara gradualmente |
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con las dudas más odiosas y con las sospechas más insultantes. Si tiene la bondad de recordar mi primera breve nota desde Jhelum, verá a qué me refería entonces al decir que usted se encontraría con la mente emponzoñada. Usted me malinterpretó entonces, como siguió haciéndolo siempre; porque en esa nota yo no me refería a la carta del señor Olcott en la Gacela de Bombay, sino al estado de la propia mente de usted. ¿Estuve equivocado? Usted no sólo duda del "fenómeno del broche" —usted no cree en absoluto en él. Le dice usted a Mad. B. que puede que ella sea una de esas personas que creen que los malos medios se justifican con los buenos fines, y en lugar de aplastarla con todo el desprecio que tal acción despertaría seguramente en un hombre de sus elevados principios, usted le asegura a ella su inquebrantable amistad. Incluso su carta dirigida a mí está llena del mismo espíritu receloso y de lo que usted nunca se perdonaría —el crimen de la impostura— e intenta persuadirse de que lo puede perdonar en otra persona. Mi querido señor, ¡qué extrañas contradicciones! Habiéndome favorecido con semejante serie de inestimables reflexiones morales, consejos y sentimientos verdaderamente nobles, tal vez me permita facilitarle, a mi vez, sobre este particular, las ideas de un humilde apóstol de la Verdad, un oscuro hindú. Como el hombre es un ser nacido con libre albedrío y dotado de razón, de lo que derivan |
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todas sus nociones del bien y del mal, él no representa per se ningún ideal moral determinado. El concepto de moralidad se relaciona ante todo, en general, con el objeto o motivo, y sólo después con los medios o modos de acción. De esto se deduce que si nosotros no llamamos moral —y no podríamos hacerlo nunca— a un hombre que, siguiendo las normas de un afamado intrigante religioso emplea malos medios para un buen propósito, ¿cuánto menos moral llamaríamos a aquel que emplea medios aparentemente buenos y nobles para lograr un fin decididamente malo o despreciable? Y de acuerdo con su lógica, y ya que ha confesado tales sospechas, Mad. B. debería ser colocada en la primera de estas categorías y yo, en la segunda. Porque, mientras que a ella le otorga usted, hasta cierto punto, el beneficio de la duda, conmigo no utiliza esas precauciones innecesarias, y me acusa, sin lugar a dudas, de establecer un sistema engañoso. El argumento empleado en mi carta, referente a la "aprobación del Gobierno del País", usted lo califica de "motivo muy bajo" y le añade la siguiente aplastante y directa acusación: "Usted no quiere esta Rama (la Anglo-India) para trabajar. . . . usted la quiere meramente en calidad de cebo para sus hermanos nativos. Usted sabe que esto será un simulacro, pero será suficiente para que parezca el motivo verdadero", etc. Esta es una |
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acusación absolutamente directa. Se me señala como culpable de perseguir un objetivo malo e indigno por medios bajos y despreciables, es decir, se me acusa de falsas pretensiones.... Y al escribir estas acusaciones, ¿no se le ocurrió pensar que, como sea que la organización en proyecto tenía en perspectiva algo más grande, más noble y mucho más importante que la simple satisfacción de los deseos de una persona en solitario —por más digna que ésta fuese— es decir, no se le ocurrió que, en caso de éxito al promover la seguridad y el bienestar de toda una nación sojuzgada, es precisamente poco probable que eso que a su orgullo individual puede parecerle un "motivo bajo", no sea, después de todo, más que la búsqueda ansiosa de unos objetivos que serían la salvación de todo un país, del que se desconfía y se sospecha siempre, la protección de los conquistados por parte de los conquistadores? Usted se enorgullece de no ser un "patriota" —yo no, porque aprendiendo a amar a su país, uno no aprende más que a amar a la humanidad. En 1857, la ausencia de lo que usted denomina "bajos motivos" fue la causa de que mis compatriotas fueran destrozados por los suyos desde las bocas de sus cañones. ¿Por qué, pues, no habría yo de creer que un filántropo auténtico consideraría la aspiración de un mejor entendimiento entre el Gobierno y el pueblo de la India, como algo muy recomendable, en lugar de algo innoble? Dice usted: "Me importa un comino el conocimiento y la filosofía |
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en que se base si no ha de ser un bien para la humanidad", y si no "me capacita para ser más útil a mi generación", etc. etc. Pero cuando se le ofrecen los medios para hacer esta buena obra, ¡usted se aparta con desprecio, y nos vitupera con eso del "cebo" y la "simulación"! Verdaderamente, son maravillosas las contradicciones contenidas en su remarcable carta. ... Y luego se ríe de buena gana ante la idea de una "recompensa" o de la "aprobación" de sus semejantes. Dice usted: "La recompensa que espero consiste en ganar mi propia aprobación". "Aprobación propia", a la que importa tan poco el veredicto confirmativo de la mejor parte del mundo en general, para la cual las acciones buenas y nobles de uno sirven como ideales elevados y como los más poderosos estímulos para la emulación, es poco más que un egotismo orgulloso y arrogante. Es el YO MISMO por encima de toda crítica; "Après moi, le déluge!", exclama el francés, con su petulancia habitual. "Antes de que Jehová fuera, ¡YO SOY!, dice el Hombre, el ideal de todo inglés intelectual moderno. Complacido como me siento ante la idea de ser el motivo que le proporciona a usted tanta diversión, principalmente al pedirle que esbozara un plan general para la formación de la Rama A.L, sin embargo, me siento obligado a repetirle que su risa fue prematura, por cuanto |
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usted, una vez más, ha interpretado mal mi intención. De haberle pedido yo su ayuda en la elaboración de un sistema para la enseñanza de las ciencias ocultas, o un plan para una "escuela de magia", el ejemplo aducido por usted de un muchacho ignorante, a quien se le pidiera que elaborara "un abstruso problema relacionado con el movimiento de un fluido dentro de otro fluido", hubiera sido muy oportuno. Tal como está, su comparación fracasa en su propósito, y su deje de ironía no hiere a nadie, porque mi mención del asunto se refería únicamente al plan general de la administración extema de la Sociedad en proyecto, y de ninguna manera a los estudios esotéricos de la misma; para la Rama de la Fraternidad Universal, no para la "Escuela de Magia", la formación de la primera es la condición sine qua non de la segunda. Es obvio que en un asunto como la organización de una Rama A.L, que estuviera compuesta de ingleses y destinada a servir de lazo de unión entre los británicos y los nativos (con la condición de que aquellos que quieren compartir el conocimiento secreto, la herencia de los hijos de la tierra, deben estar preparados para conceder a estos hijos nativos, por lo menos algunos privilegios que hasta ahora les han sido negados) —ustedes, los ingleses, son mucho más competentes que nosotros para elaborar un plan general. Ustedes conocen las condiciones que serían probablemente aceptadas o rechazadas, y nosotros |
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no. Pedí un esbozo del plan en líneas generales, ¡y usted se imaginó que yo pedía cooperación en las instrucciones que debían darse en las ciencias espirituales! Un quid pro quo de lo más desafortunado, y sin embargo, el señor Sinnett parece haber entendido mi deseo a primera vista. Usted parece demostrar otra vez desconocimiento de la mente india cuando dice que "ni una sola de entre diez mil mentes nativas está tan bien capacitada para entender y asimilar las verdades trascendentales como la mía". Por más que pueda usted tener razón al pensar que "entre los hombres de ciencia ingleses no hay ni siquiera medía docena cuyas mentes sean más capaces de recibir estos rudimentos (de la sabiduría oculta) que la mía" (la de usted), se equivoca en cuanto a los nativos. La mente india está preeminentemente abierta a la percepción rápida y clara de las verdades metafísicas más trascendentales y abstrusas. Algunos de los más iletrados captarían a simple vista lo que, a menudo, se le escaparía al mejor metafísico occidental. Ustedes pueden ser, y con seguridad lo son, superiores a nosotros en cualquier rama del conocimiento físico; en las ciencias espirituales, nosotros fuimos, somos y seremos siempre sus —MAESTROS. Pero permítame preguntarle qué es lo que yo —nativo a medio civilizar— puedo pensar de la caridad, modestia y bondad de |
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alguien que pertenece a una raza superior; de alguien a quien conozco por sus nobles intenciones, recto y de buen corazón en la mayoría de las circunstancias de la vida, cuando, con mal disimulado desdén exclama: "si quiere hombres que actúen precipitadamente y a ciegas, sin preocuparse de los resultados ulteriores,95 quédese con su Olcott; si quiere para su causa hombres de una CLASE SUPERIOR, cuyos cerebros trabajan eficazmente, recuerde . . .", etc. Mi querido señor, ni queremos que los hombres actúen precipitadamente y a ciegas, ni estamos dispuestos a abandonar a probados amigos — que prefieren pasar por tontos antes que revelar lo que puedan haber aprendido bajo solemne promesa de no revelarlo jamás, a menos que se les autorice, ni siquiera ante la probabilidad de atraer a hombres de la clase más superior— ni estamos especialmente ansiosos de tener a alguien que trabaje para nosotros, a no ser que lo haga con toda espontaneidad. Nosotros queremos corazones sinceros y altruistas; almas fieles e intrépidas, y estamos completamente conformes en dejar que los hombres de "la clase más elevada" y de intelecto muy superior busquen a tientas su propio camino hacia la Luz. Esos nos considerarán sólo como subordinados. Creo que estas pocas citas de su carta y las francas respuestas que ellas han provocado, son suficientes para demostrar cuan lejos estamos de algo parecido a una entente cordíale. Usted demuestra un espíritu de impetuosa combatividad y un deseo —perdóneme— de luchar con las sombras evocadas por su propia imaginación. Tuve el honor |
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de recibir tres largas cartas de usted antes de disponer apenas del tiempo para contestar, en términos generales, a la primera. Yo nunca había rehusado en absoluto acceder a sus deseos, jamás había contestado hasta ahora una sola pregunta suya. ¿Cómo sabía usted lo que el Futuro le tenía reservado si ni siquiera esperó una semana? Usted me invita a una conferencia únicamente, según parece, para poder demostrarme los defectos y debilidades de nuestras maneras de actuar y las causas de nuestro supuesto fracaso para cambiar las malas inclinaciones de la humanidad, y en su carta demuestra claramente que es usted el principio, el medio y el fin de la ley para sí mismo. ¿Por qué se toma, pues, la molestia de escribirme? Ni siquiera aquello que usted califica de "flecha de los Partos" fue jamás dicho con tal intención. No soy yo quien, de no poder alcanzar el bien absoluto, despreciaría o subestimaría el bien relativo. Sus "pajaritos" han hecho sin duda mucho bien a su manera —ya que usted así lo cree— y yo, ciertamente, nunca soñé en ser causa de ofensa con mi observación de que la raza humana y su bienestar eran, por lo menos, tan dignas de estudio, y éste una ocupación tan deseable como la ornitología. Pero no estoy del todo seguro de que su última observación respecto a que nosotros no somos invulnerables como agrupación, esté exenta por completo del espíritu que animaba a los Partos en |
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retirada. Sea como sea, estamos conformes en seguir viviendo como lo hacemos — ignorados y sin ser molestados por una civilización que se apoya totalmente en el intelecto. Ni sentimos tampoco inquietud por la resurrección de nuestras antiguas artes y elevada civilización, porque éstas volverán, con seguridad, a su tiempo y en forma aún más elevada, como así lo harán, a su vez, los plesiosaurios y los megaterios. Tenemos la debilidad de creer en ciclos que vuelven siempre periódicamente, y esperamos poder acelerar la resurrección de lo que pasó y se fue. Nosotros no podríamos impedirlo aunque quisiéramos. La "nueva civilización" no será más que la hija de la antigua, y nosotros no tenemos más que dejar que la ley eterna siga su propio curso para que nuestros muertos salgan de sus tumbas; pero estamos realmente ansiosos de apresurar el deseado acontecimiento. No tema; aunque "nos aferramos supersticiosamente a las reliquias del Pasado", nuestro conocimiento no desaparecerá del horizonte del hombre. Este conocimiento es la "dádiva de los dioses" y la reliquia más preciosa de todas. Los guardianes de la Luz sagrada no han atravesado victoriosamente tantos siglos para venir ahora a estrellarse contra las rocas del escepticismo moderno. Nuestros pilotos son marineros demasiado expertos para que temamos un desastre semejante. Siempre encontraremos voluntarios para reemplazar a los fatigados centinelas y el mundo, mal como está en su actual estado de transición, aún puede proveernos de vez en cuando de algunos hombres. "¿Dejará usted de profundizar |
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en este asunto" si no le proporcionamos "alguna nueva indicación"? Mi estimado señor, hemos cumplido con nuestro deber; hemos respondido a su llamada, y ahora no nos proponemos tomar otras medidas. Nosotros, que hemos estudiado algo las enseñanzas morales de Kant, y que las hemos analizado con bastante cuidado, hemos llegado a la conclusión de que, incluso las opiniones de este gran pensador acerca de esa forma de deber (das Sallen) que define los métodos de la acción moral —a pesar de su afirmación unilateral en contra— no llegan a la plena definición de un principio incondicional de moralidad absoluta, tal como lo entendemos nosotros. Y esta nota kantiana resuena a través de su carta. Usted ama tanto a la humanidad, dice, que de no beneficiarse con ello su generación, rechazaría el "Conocimiento" mismo. Y sin embargo, este sentimiento filantrópico ni siquiera parece inspirarle caridad hacia aquellos a quienes usted considera como de inteligencia inferior. ¿Por qué? Sencillamente, porque la filantropía de la que se enorgullecen ustedes, los pensadores occidentales, careciendo de carácter universal, es decir, no habiendo sido nunca establecida sobre la base firme de un principio moral universal, no habiendo ido nunca más allá de una disquisición teórica —y eso principalmente entre los ubicuos predicadores protestantes— no es más que una simple manifestación accidental y no una LEY aceptada. El análisis más superficial demostrará que, no más que cualquier otro fenómeno empírico de la naturaleza humana, esta filantropía no puede ser aceptada como |
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pauta de la actividad moral; es decir, como pauta que produce acción eficiente. De aquí que en su naturaleza empírica esta clase de filantropía es como el amor, algo sólo accidental, excepcional, y que como aquel tiene sus preferencias y sus afinidades egoístas y es, inevitablemente, incapaz de prodigar el calor de sus rayos benéficos a toda la humanidad. Este es, creo yo, el secreto del fracaso espiritual y del egotismo inconsciente de esta época. Y usted, que por otra parte es un hombre bueno y sensato, siendo inconscientemente la pauta de ese espíritu, es incapaz de comprender nuestras ideas sobre la Sociedad como una Fraternidad Universal y, por consiguiente —se aleja usted de ella. Su conciencia, dice usted, se rebela ante la idea de convertirse en "un buey en cabestrillo; en un títere más de maquinadores ocultos". ¿Qué sabe usted de nosotros, puesto que no puede vernos? ¿Qué sabe de nuestros propósitos y objetivos; de nosotros a quienes no puede juzgar? .... usted exige. Singulares argumentos. ¿Y supone usted que "nos conocería" realmente, o que penetraría mejor nuestros "propósitos y objetivos" si llegara a vernos en persona? Me temo que, sin ninguna experiencia de esta índole, incluso sus poderes naturales de observación — por agudos que sean— tendrían que ser considerados menos que inútiles. Pero, mi querido señor: si hasta nuestros Bahuroopias96 podrían desafiar cualquier día al más agudo Residente político, y sin embargo nunca sería descubierto o reconocido; |
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y eso que sus poderes mesméricos no son de la clase más elevada. Por más desconfiado que usted pueda sentirse alguna vez acerca de los detalles del "broche", hay un factor primordial en el caso, que su sagacidad ya le ha sugerido, que puede tenerse en cuenta únicamente basándose en la teoría de una voluntad más fuerte influyendo en la señora Hume para que pensara en aquel objeto en particular y no en ningún otro. Y si a Mad. B., una mujer enfermiza, deben achacársele tales poderes, ¿está usted completamente seguro de que no podría verse obligado también a rendirse ante una voluntad entrenada, diez veces más fuerte que la de ella? Yo podría llegar mañana a su casa, e instalándome allí —tal como fui invitado— podría conseguir un dominio completo de su mente y de su cuerpo en 24 horas, sin que en ningún momento fuera usted consciente de ello. Puedo ser una buena persona, pero para todos los que usted sabe, también puedo ser fácilmente un perverso e intrigante conspirador que odia profundamente la raza blanca a la que usted pertenece, la cual me sometió y me humilla diariamente, y me vengo en usted, uno de los mejores representantes de esa raza. Si únicamente se emplearan los poderes del mesmerismo exotérico —poder que adquiere con igual facilidad tanto el hombre malo como el bueno— incluso entonces, difícilmente podría usted escapar a las artimañas que se extenderían en su camino, si el invitado fuera un buen mesmerizador, porque usted es un sujeto notablemente fácil de dominar, desde el punto de vista físico. "Pero, ¡mi conciencia, |
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mi intuición!" —puede usted argüir. Mísera ayuda en un caso como el mío. Su intuición no le dejaría sentir más que lo que realmente sucedía en ese momento; y en cuanto a su conciencia, ¿acepta usted, pues, la definición de Kant referente a la misma? ¿Cree usted tal vez, como él, que bajo toda circunstancia, y aún en el caso de ausencia completa de nociones religiosas definidas, y alguna que otra vez sin ni siquiera nociones firmes acerca de lo bueno y de lo malo, el HOMBRE tiene siempre un guía seguro en sus percepciones morales internas o conciencia? ¡Es el más grande de los errores! Con toda su formidable importancia, este factor moral tiene un defecto radical. La conciencia, como ya se dijo, puede muy bien compararse a ese daimon cuyos dictados fueron con tanto celo escuchados y prestamente obedecidos por Sócrates. Como ese daimon, la conciencia puede tal vez decirnos lo que no debemos hacer, pero nunca nos guía hacia lo que debemos cumplir, ni nos da objetivo alguno definido para nuestra actividad. Y nada puede ser más fácilmente adormecido y hasta completamente paralizado que esta misma conciencia, por una voluntad entrenada, más fuerte que la de su poseedor. Su conciencia no le demostrará NUNCA si el mesmerizador es un verdadero adepto o un prestidigitador muy hábil, si éste ha logrado ya cruzar su umbral y ha obtenido el control del aura que rodea a su persona. Usted habla de abstenerse de todo menos de un trabajo inocente como el de |
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coleccionar pájaros, para no correr el peligro de crear otro monstruo por el estilo de Frankenstein. ... La imaginación —como la voluntad— crea. La desconfianza es el más poderoso agente provocador de la imaginación. . . . ¡Cuidado! Usted ya ha engendrado en sí mismo el germen de un futuro y feo monstruo, y en vez de realizar sus ideales más elevados y puros, puede que algún día evoque un fantasma que, cerrando todo paso a la luz, lo deje en tinieblas peores que antes, y le atormente hasta el fin de sus días. Expresándole de nuevo la esperanza de que mi sinceridad no le ofenda, quedo, querido señor, como siempre, Su más obediente servidor, KOOT' HOOMI LAL SING Sr. A.O. Hume, Esq. |
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